Origen de los “fierros” nacionales

Un día como hoy de hace 106 años, comenzaba a armarse la historia de lo que sería la industria automotriz nacional. Y por extensión, la del automovilismo deportivo. Es que el 30 de diciembre de 1909, Horacio Anasagasti, un ingeniero hijo de una familia de origen vasco fundó junto a Luis Velard Anasagasti & Cia. un taller mecánico de precisión en el que volcó todo lo aprendido en Europa respecto del mundo de los motores. 

La idea de Anasagasti era simple: construir un bólido que participe de la Exposición Internacional de Ferrocarriles y Transportes Terrestres que se realizaría en Buenos Aires con motivo de los festejos del Centenario. Entonces presentó para la ocasión un motor de 4 cilindros en línea y una caja de velocidades de 4 marchas y retroceso. Sus invenciones le valieron el Diploma de Gran Premio de la exposición.

El coche en cuestión participó de varias carreras, locales e internacionales. Y luego fue construido en serie. Nació entonces el modelo Doble Pheanton (algo así como un sedan, con asiento trasero para mujeres) y otro deportivo, el Landaulet.

De todos modos, la ideas del ingeniero no cuajaron en los hechos, y en 1912 tomó la decisión de vender sus modelos en cuotas. Esto le trajo pérdidas insalvables, que lo obligaron a cerrar el taller en 1915.

De las 50 unidades que construyó, sólo quedan en el país dos Anasagasti: uno lo tiene el Club de Automóviles Clásicos; el otro, la Fuerza Aérea. Ambos en perfecto estado de mantenimiento y funcionamiento.

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