Con esta entrega, entramos en la última parte de la charla con Jorge Rotondo, ese loco lindo de nuestro automovilismo que nos abrió las puertas de su historia y que desde Motorplus Tucumán compartimos en cinco entregas.
Como sucede con la vida de un deportista, no se hace solo. Jorge está casado con Ana María y tiene tres hijos: Marcela, Patricia y Sebastián. Lógicamente, todos son parte de su historia.
“Mira cómo son las cosas”, nos decía Jorge. “A ninguno de mis tres hijos les enseñé a manejar yo, y también hay algo a lo que los acostumbró: a no hablar de las carreras en la mesa. Esto, porque me gusta más pasar un buen momento hablando de las cosas cotidianas”.
-¿Alguna otra cosa no te gusta, Jorge?
-No me gusta hablar con alguien cuando está en carrera, porque sé que en ese momento cada uno está pensando en lo que está haciendo y creo que una llamada para saber cómo andan, molesta. Yo me entero con el diario del lunes y si voy a las carreras voy a verlas al costado del camino, compartiendo con familia y amigos. Trato de no molestar cuando están trabajando.
Después de haber corrido en la Fórmula 1 Mecánica Nacional, él se alejó de las pistas, pero sólo como corredor, puesto que siempre estuvo relacionado al ambiente “tuerca”. Como él mismo dijo, “los chicos iban creciendo y había que atenderlos y ayudarlos”.
El paso siguiente de Jorge serían los Fiat 128…
-¿Cómo llegan los 128?
-Un día estábamos tomando un café en Colón y Las Piedras con un grupo, y pensamos en una nueva categoría, con autos estándar, en los que no haya que cambiar nada, que sean todos iguales, que sobresalga el piloto. Yo decía que a mí no me importaba cómo salía, sino solo divertirme. Por eso fuimos a los 128, ¡no sabés qué metida de pata! Comenzamos a armar los reglamentos y me fui al desarmadero de Bauque a buscar un tren delantero para 128. Me dijeron ‘busca ahí, en ese cajón’ Había siete distintas. Ahí nos dimos cuenta de que no iba a ser tan fácil, pero después fuimos acomodando el reglamento hasta que hicimos la primera carrera con cuatro autos.
– ¿Vos corriste algunas carreras?
– Sí, corría y llevé como navegante, primero a Sebastián, mi hijo. Después me acompañó Campero, mi yerno. Los dos corrieron luego, pero ya como pilotos. Yo dejé de correr porque cuando yo corría empezó a hacerlo Sebastián. Como yo iba adelante en el camino, cada vez que llegaba, lo esperaba y estaba nervioso, sin saber cómo venía. Un día, al final de un tramo, lo estaba esperando y lo veo venir. Había que frenar para pasar una vía; ni tocó el freno, quedaron los pistones en el suelo, roto el carter, así que preferí bajarme y verlo correr a él. Por supuesto que compartía con todos: con Sebastián, con mi hermano Miguel, con mi yerno y ahora con Karim Drube, que está de novio con mi nieta. Así que, de una u otra manera, disfruto esto que tanto me gusta.
-¿Vas a las carreras?
-Sí, a todas las que puedo, por lo general a las que son aquí en Tucumán. Ya no estoy para andar viajando mucho. Además, como toda la vida, el día lunes hay que abrir el taller para trabajar.
-¿Qué te hubiese gustado hacer en algún momento de tu vida?
-Me hubiese gustado chupar el cerebro de muchos de aquella época. Los de Juan Lara, el “Turco” Escandar, mi hermano Juan, el “Avispa” D’Abate. No sabés lo que sabían esos tipos. Hacían cosas increíbles para aquella época, eran creadores, artesanos.
Verlo en las carreras, ya sea en los parques de asistencia o al costado del camino, siempre es gratificante, porque además de escucharlo opinar de mecánica, están siempre a flor de piel sus anécdotas. Y con eso está la seguridad de que vas a pasar un buen rato.
Gracias Jorge Rotondo, por todo lo que nos diste, nos das y seguramente nos seguirás dando por mucho tiempo. Gracias por mostrarnos con qué alegría hay que vivir y disfrutar la vida.
Los enlaces para poder leer las cuatro anteriores entregas:
N°4
N°3
N°2
N°1