
Resulta tan simple encontrar una explicación a la idolotría que generan ciertos pilotos en el público que siguen las carreras, como inútil es hallarle defectos a ese sentimiento. Es natural: o te gusta lo que hacen o te es indiferente. El extremo es ponerse en la vereda de enfrente y resistirlos.
Lo que pasó el fin de semana del 17 al 19 de abril en Las Termas, en ocasión de la segunda presentación de MotoGP en su trazado, resultó casi un cuento de hadas para los fanáticos de Valentino Rossi. Fue como si todos los que fueron a verlo ganar hubieran concretado su sueño de la mejor manera, en la carrera perfecta, casi de película, que hizo el italiano con su Yamaha. El “villano” de turno fue el simpático de Marc Márquez, doble campeón mundial, pero aún así un peldaño abajo de “Il Dottore” en eso de ser referente de las masas. Seguro que los años le traerán esa condición. Por ahora, al menos en afecto, tendrá que conformarse con ser un N°2, aunque en franco ascenso, no solo por su carácter, sino también por un estilo de conducción fantástico.
De vuelta a Rossi: había ganado en Argentina en 1998, cuando era un joven prometedor. Pasaron 17 años y este ahora maduro competidor se lleva a todos al bolsillo, siendo como es y manejando como un maestro.
Partió 8°, se metió en una dura lucha por sobrevivir en el pelotón, llegó al segundo puesto a mitad de carrera, vio que Márquez se había alejado, pero no se entregó. Puso todo. Y un poco más. Guste o no el motociclismo, la carrera termense fue de esas experiencias iniciáticas, por desarrollo, emoción, alternativas. Nadie podía sustraerse a lo que pasaba. Y nadie pudo después, buscando en Internet una y otra vez el resumen de lo sucedido. Cartón lleno, tiro al centro, ¡bingo!
Una cosa es cierta. Valentino esta más cerca del final de su carrera pero acrecienta su grandeza; Marc apenas ha comenzado y está dando todos los pasos ya seguir los del italiano. En cualquiera de los casos, el que gana es el motociclismo, deporte frenético si los hay. En cualquiera de los casos, gana el espectáculo, que se reinventa y sigue vivito y coleando. En todo caso, deporte es vida. Y eso sí que merece un aplauso de pie.