
En la primera parte de los relatos de Oscar Solís sobre su carrera deportiva (se puede leer haciendo click en este ENLACE), el oriundo de Rosario de la Frontera habló de su etapa en el karting y en el motocross. En esta nueva entrega, hacemos una recorrida desde lo que fue el final de su historia en el motocross hasta que se convirtió en un referente de Monomarca.
“Desde que dejé de correr en motos paré hasta el 13 de noviembre de 1988, cuando debuté en la Monomarca NOA. Fue justamente en la carrera en la que muere Osvaldo, mi hermano. Él había comenzado en la categoría en 1985 y fue campeón en 1986. En el 88 arma un auto nuevo y yo armo el que dejaba él, con cosas rejuntadas. Cuando debuté con ese auto, fui 3° en clasificación”.
“En carrera venía viendo lo que hacía Osvaldo, lo tengo grabado a fuego. Lo vi cuando lo pasa a Berral en el curvón y cuando paso por el lugar del accidente veo un auto que volaba al costado. Pero recién me di cuenta en la vuelta siguiente que era el auto de Osvaldo. Me dije en ese momento ‘ya se pegó el pelotudo este’. Seguí y cuando vi la bandera roja, no le hice caso y llegué al lugar del accidente. Vi a toda la gente tratando de sacar a mi hermano. Fue un golpe muy duro. El sábado anterior a esa carrera, llevamos los autos a la plaza y cuando volvimos, nos tomamos una cerveza. Osvaldo estaba feliz de que yo pueda estar corriendo con él. Al tiempo de eso le dije a mi papá que quería seguir corriendo. Al principio no quería saber nada, él se sentía culpable de lo que había ocurrido. Pero entonces le dije: ‘vos no sos culpable, sólo nos inculcaste el deporte, desde que nos ponemos el casco somos nosotros los responsables de lo que nos pasa’. Así que decidí seguir a pesar de que tenía a toda la familia en contra”.
“El otro gran desafío fue cuando comenzó a correr ‘Oscarcito’. Compramos un auto de fórmula, así que no había mucho problema. Pero cuando compré otro Dodge, mi señora no se opuso, pero me puso una sola condición: que no haya dos autos verde y blanco en pista. Por eso es que el de Oscar Pablo se pintó de azul”.
“El color del auto mío no cambió desde que se lo armó en el 86. Los colores eran verde pradera y blanco andes, así es como lo tengo todavía. Le decíamos el Avispón verde. También tengo mi kart, que es el Avisponcito”.
“Realmente comencé a correr en al 89 en la categoría. En el 90 fui tercero, en el 91 sexto, en el 92 sexto, en el 93 tercero, en el 95 subcampeón, en el 96 cuarto, en el 98 subcampeón y gané lo campeonatos del 94, 97 y 99. Este fue mi último año de la categoría. Gané también la última carrera que hice en ella”.
“Nosotros hacíamos todo del auto. Una sola vez perdimos el rumbo, el motor se fundía y no encontrábamos la falla. Y ahí fue Rafael Chincarini quien nos dio una gran mano. Me dijo ‘traeme el cigüeñal’, se lo di y él encontró un defecto que tenía. Me lo arregló, me dijo ‘este no se rompe nunca más’, y así fue: corrí 36 carreras y hoy está puesto en el auto”.
“Trabajábamos mucho en el auto. Para nosotros era la vida. En muchas carreras, cuando las cosas no salían bien, llegábamos a Rosario y ese mismo día nos poníamos a ver cuál había sido el problema. Yo le hacía la chapa y la pintura, la suspensión, la instalación eléctrica”.
“Cuando se terminó la categoría dejé de correr y eso fue lo que enfermó más a mi papá. Él tenía algunos problemas de salud y en la cabeza la muerte de Osvaldo. El auto era todo para él, porque ocupaba todo su tiempo en pensar y hacer cosas para mejorar. Los domingos a la mañana, cuando no había carreras, pasaba por mi casa y me buscaba porque decía que sabía qué hacer en el motor para que ande más”.
“El otro gran desafío fue cuando comenzó a correr ‘Oscarcito’. Correr con mi hijo fue lo mejor que me pasó en la vida”.
“Mi familia fue el pilar fundamental para poder correr. Mi señora me apoyó en todo lo que hice, es gran parte de mis logros”.
“Hoy miro hacia atrás y estoy orgulloso de todo lo que hice y de la gran cantidad de amigos que me quedaron”.