“Lelo” Alonso, el señor de las historias a máxima velocidad

Todavía recuerda su primera carrera, allá por 1964. “Fue en Cebil Redondo y gané. Corría con un Gordini que mi papá había comprado para sacar a pasear la familia. Cuando se dio cuenta ya no había vuelta, ya estaba corriendo.” No hay tucumano fanático del automovilismo que no conozca a Guillermo “Lelo” Alonso. Nacido el el 24 julio de 1947, esta gloria cuenta entre sus pergaminos los campeonatos de 1973, 1975 y 1977 de la Categoría B, a los que sumó los subcampeonatos de 1974 y 1976.

Los recuerdos afloran en “Lelo” sin pausa. “En aquellos años largaba la categoría grande adelante y la más chica atrás. Como a los más lentos de la más grande los alcanzábamos, el ‘Negro’ Filipini se ponía en mi tierra y sabía que me ganaba”, describió la anecdótica forma de correr de sus épocas.

En ese tiempo, los campeonatos tenían una carrera en tierra y otra en autódromo o pavimento. “Yo me pude adaptar a los dos terrenos, algo que era difícil porque algunos iban mejor en la tierra pero en el pavimento no, o se daba al revés. En la tierra hacíamos un solo tirón desde Alpachiri hasta Las Estancias, ida y vuelta. Una vez corrimos desde Alberdi  hasta Balcosna en ambos sentidos. Y en el pavimento hacíamos desde San Pablo hasta Tapia, de un solo tirón”, recuerda.

“Lelo” admite que no existía la hoja  de ruta. “Recorríamos el camino y marcábamos con pintura las curvas peligrosas, más de uno no marcaba y se llevaba de mis marcas, pero a veces yo salía la noche anterior a la carrera y las cambiaba y ponía todas las curvas peligrosas. Había algunas que eran a fondo; cuando se daban cuenta ya les había sacado buena ventaja. Travesuras de esa época. Así como esa hay muchas historias más”, apuntó.

Los grandes premios de aquellos años eran más largos todavía y “Lelo” así lo describe: “una  vez corrimos una etapa desde Buenos Aires a San Juan, de más de 1.400 kilómetros. La otra era San Juan-Tucumán, de 1.000 kilómetros. Vinimos por la ruta 40, nos desviamos, pasamos por Las Estancias y terminamos en Concepción, siempre a fondo.” 

Las historias siguen y hace un homenaje. “Me acuerdo que en mi primer Gran Premio en el ’73, le pregunté a quien para mí fue el mejor piloto que conocí, Roque Namur, cómo tenía que hacer. Me dijo ‘guiate por los cables del telégrafo, cuando vos veas que atraviesan la ruta es que la curva es a la izquierda, si se pierden en el monte la curva es a la derecha y si ves que siguen derecho  hay mucha gente. Entonces frená porque hay algún peligro y algo te va a pasar; la gente siempre se pone donde pueden ver algún accidente’. Había muy buenos pilotos, pero para mí Roque fue el mejor.”

Una vez corriendo en un circuito en Concepción, Carlos Loefel, a quien su papá le fabricaba piezas para el auto de competición, le dio consejos sobre cómo hacer buen automovilismo. “Él era un gran piloto. Me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘una buena jaula, aunque sea pesada. Y siempre bien apretados los cinturones; tratá de evitar el choque de frente, de esa manera revolcate lo que quieras que no te va a pasar nada.”

“Desde 1972 corrí con Fiat 128 Iava. Con ese auto gané muchas carreras y campeonatos. Luego pasé a la Monomarca Dodge, después corrí en la Monomarca Sierra a nivel nacional y luego volví a la Dodge hasta el accidente que llevó a la muerte a Osvaldo Solis”, rememora.

Justamente ese dia aciago para el automovilismo de la región tiene un lugar especial en los recuerdos de Alonso. “Ese día yo me salvé de suerte, porque los venía pasando a Solis y a Mario Berral, tal es así que yo no veo el accidente. Después me contaron que una hoja del guard rail me pasó muy cerca.”

“Lelo” corrió después algunas carreras más, pero de vez en cuando. “La última fue con un Fiat Regatta en 1992, cuando me pegué subiendo a San Javier, en el patio de mi casa. Ahí no me ganaba nadie, ese tramo tiene 136 curvas, el que las quiera contar que lo haga. En una carrera por un campeonato nacional me denunciaron una vez por la diferencia que le había hecho al segundo; lo hizo un conocido piloto del país. Pero cuando le contaron a la velocidad a la que venía en La Sala no lo podía creer. Ya habían salido las pistolas para medir la velocidad y Gastón Perkins tenía una: se sorprendió porque venía a más de 200 kilómetros por hora, cuando los corredores nacionales pasaban mucho más despacio. Locuras que uno hizo.”

Alonso no corrió mas a nivel nacional “porque tenía que trabajar”, según admite. “Solo hacía algunas carreras, la última fue un gran premio en 1984 que se corrió en Bariloche. Pero era imposible correr contra los equipos oficiales.” 

“Lelo” cuenta con dos matrimonios y cuatro hijos: Micaela, Agustina, Guillermo y María Victoria. “Guillo me sorprendió, tengo que decir que es mejor piloto que yo,  lamentablemente por algunos problemas con la categoría de karting en la época en que corrió más los problemas económicos, lo alejaron del automovilismo.

Al ser consultado sobre sus mejores rivales, no duda en citar al “Coya” D’Abate. “El salteño era muy rápido, y muy limpio. Podíamos doblar con las puertas apoyadas, nunca una mala maniobra.” Y allí nomás aparece otro nombre para recordar. “Me tengo que acordar del ‘Flaco’ Novak, que era mi preparador y copiloto. Con él hicimos muchas carreras y le peleábamos a los equipos oficiales con grandes estructuras. Lo hacíamos nosotros con un tallercito, pero aun así les ganamos varias veces.”

Alonso volvió a las competencias, pero de autos clásicos de pista, en el autódromo de Río Cuarto, el 19 de abril. “Hace un tiempo que quería volver a hacer algo pero no podía. Estuve muy mal de salud, me diagnosticaron mal, me dijeron que tenía un problema de columna. Tengo que hacer un agradecimiento muy grande a los médicos de los hospitales tucumanos que descubrieron que no era un problema de columna sino circulatorio y me dieron una pastilla, para mí maravillosa. Hoy camino 70 cuadras y así nacieron otra vez las ganas de volver a correr.”

 

 

 

 

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