Jorge Rotondo, un loco lindo (II)

Hace algunos días, iniciamos una zaga con la vida deportiva de Jorge Rotondo. En esta segunda parte, abordamos el tema de las motos, que tuvieron su lugar en la vida de este personaje del automovilismo tucumano.

“Después del kart, me compró una Moton (de origen italiano), que me preparaba el ‘Ñato’ Lara. Corro la primera carrera en Tafí Viejo, me acuerdo que estaba el ‘Piojo’ Biagioli. ¡Cómo andaban! Yo largo a la par de él, creo que en 100 metros me sacó 80, esa máquina era un avión. Yo no me sentía en la moto, si bien no desentonaba, pero esos pilotos eran artistas”.

El relato de Jorge continúa: “Luego pasé de la pista a integrar un equipo llamado ‘Los Rompemotos’, con gente de Mendoza y Rosario. Hacíamos acrobacia con las motos, poníamos tablones y saltábamos sobre personas o varios vehículos. A los dos meses de andar con ellos me nombraron capitán del equipo. Las motos eran unas Mibal 125cc. que nos proveía un negocio que vendía esas máquinas en Buenos Aires. Con el equipo llegamos a viajar a La Paz (Bolivia) contratados, representando a Argentina. Estuvimos como un mes y medio dando espectáculos”.

 Pero los autos fueron lo más importantes en la vida de Jorge. “Después de la experiencia en motos, compré mi primer auto, un De Carlo 700, lo traje a la casa y al otro día ya estaba desmantelado. Quería correr en El Cadillal, ahí se corría en esa época. Me acuerdo que estaba el ‘Chacho’ Matarrese con el Fiat 600. ¡No sabés lo que andaba ese 600! Correr no solamente era tener el auto, tenías que ponerle engranajes especiales, porque sino se rompía. Corrí algunas carreras, después subí al DKV con Ángel Benzi. Yo lo acompañaba porque quería correr, era un loco de la guerra manejando Ángel. Me acuerdo que le peleábamos a Abel Tannuré,  después ya armé uno yo”.

Los recuerdos fluyen con naturalidad. “Me acuerdo cuando íbamos a correr en Jujuy, en el Alto Comedero. Viajábamos tres en el auto con el que corríamos. Llevábamos un motor atrás, era una locura. Llegábamos, cambiábamos el motor, corríamos y volvíamos a cambiar el motor para volver a Tucumán”.

En esa época se escuchaba a los que sabían. “Una vez vino Juan Manuel Fangio, imagínate, campeón mundial de Fórmula 1. No llegué a charlar con él pero, lo escuchabas cuando hablaba y aprendías. Antes preguntábamos mucho y aprendíamos de los más viejos. Hoy los jóvenes creen que se la saben a todas y no te escuchan, sólo por eso porque dicen ‘que sabrá este viejo'”.

Volviendo a los DKV, Jorge apela a su memoria prodigiosa. “Tuvimos cinco DKV, con los cuales corrimos un tiempo. Después viene Miguel, mi hermano, compra uno y lo acompaño. Volcamos en Tapia, cortamos 13 pilotes de cemento con la cola del auto, parecía una ametralladora como sonaban, ¡ta, ta, ta ,ta! Caímos como siete metros dando tumbos. Me acuerdo que las etapas eran largas, largabas en Tucumán, pasabas por Jujuy, Salta y volvías a Tucumán. Con el tiempo, yo corrí algunas carreras más”.

Y ahora es el turno del relato con el Fiat 128. “Después de los DKV, compré el 128. Me acuerdo que hacía pareja con ‘Carlitos’ Gordillo. Quienes me apoyaban en esa época eran dos hombres muy nobles, ‘Nino’ y Andrés Reginato, con ellos estaba el ‘Sordo’ Parodi. Yo salía de trabajar y me iba a su taller, me enseñaron mucho, viajé bastante con ellos, sabían mucho y lo compartían”.

Las anécdotas llegan al taller de la Chiclana 350. “A la par de correr con el 128 comencé a armar el Fórmula 3000. Yo me pasé del taller de la Juan José Paso a la Chiclana, que era el de Juan. Él me apoyaba mucho, ahí comencé con el Fórmula 3000 allá por el año 73. El proceso de armado de un auto era como de dos o tres meses: Juan diseñaba el chasis, hacíamos el motor y trabajábamos en todo el auto. Lo que tenía Juan es que  simplificaba mucho las cosas, con soluciones increíbles”.

Fue entonces que empezó para él una nueva etapa: “Ahí comencé a correr en circuitos, algo diferente, pero hermoso. Me acuerdo que cada circuito tenía sus secretos; el de Tucumán era la ‘banana’, lo demás era relativamente fácil. Buenos Aires tenía la bajada del ‘tobogán’, Salta la bajada de la ‘cola del avión’. Era difícil encontrar esos secretos, pero en esa época había pilotos que te ayudaban desinteresadamente y no te mentían. En Salta fue Scarsela (no recuerdo su nombre) quien me dijo ‘seguime’ y me enseñó cuál era la huella para bajar la ‘cola del avión’. Se hacía en quinta a fondo, cuando la apuntabas era pato o gallareta, si salía bien pasabas, sino afuera. En el tobogán de Buenos Aires fue Luis Di Palma el que me dijo, ‘es en quinta a fondo, cuando pongas la quinta y veas el piano levanta y volvé a pisar, el auto se acomoda y entra’. Lo hice, cuando puse la quinta, no me olvido nunca, tenía una gota de transpiración en el párpado derecho, parecía una mosca, no sabía cómo sacármela, abría los ojos, hasta que apareció el piano, levanté y pisé. Dicho y hecho, entré perfecto. Si me la mandaba cambiada, me iba a cansar de dar vueltas”.

En la próxima entrega de esta zaga de historias con Jorge Rotondo, se viene el relato de su paso por la Fórmula 3000 y la Fórmula 1 Mecánica Nacional, con fotos, por supuesto.

 

 

 

 

1 comment
  1. es hermoso y emociona leer estas historia de Jorge Rotondo.
    mientras leo lo veo en la imaginación con que ganas que lo cuenta todo.
    Un capo Jorge. todos los días compartimos café en el mismo bar desde hace muchos años, aveces se perdió un tiempo pero regresa, y lo veo en el Café del Club Floresta.
    todo el mundo siempre lo recibe con alguna broma y sonrisas, y el siempre está bien predispuesto, de buen humos.
    Es un Prócer, un libro abierto. Salud por el!

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