
A principios de la década de los noventa, la seguridad todavía no había llegado a los niveles que hoy se ve en el automovilismo deportivo. Es más era muy común ver mamelucos usados como buzos antiflamas. Y de los cascos ni hablar.
El material que se usaba podía ser cualquiera y, si era barato, mejor. Por supuesto que no hablamos de todos los pilotos, sino de algunos que destinaban todo su presupuesto en el motor del auto y poco quedaba para la vestimenta.
Por aquella época, uno de los que comenzó a preocuparse por su seguridad fue Bernardo Ortega, que además de buenos buzos tenía buenos cascos, los cuales tenían un trabajo personalizado, como el que aquí mostramos: llevaba su auto dibujado.